La cabra del señor Seguinpágina 1 / 10
¡Pero cómo! Te ofrecen un puesto de cronista en un buen periódico de París, y tienes el aplomo de rechazarlo… Mírate, pobrecito! Mira tu jubón agujereado, tu calzado derrotado, tu cara flaca que grita ¡hambre! ¡Ahí es a dónde te ha llevado tu pasión por las rimas hermosas! Eso te han valido tus diez años de fieles servicios a las páginas del Sr Apollo… Pero es que no te da un poco de vergüenza?
¡Venga, hazte cronista, imbécil! ¡Hazte cronista! Ganarás tus buenos cuartos por la cara, tendrás tu propio cubierto en Brebant, y podrás hacerte ver en los días de estreno con una pluma nueva en tu chaqueta…
¿No? ¿No quieres?... Pretendes seguir libre, como decidas hasta el final… Pues, escucha un momento la historia de la cabra del sr. Seguín. Verás lo que se gana queriendo vivir libre.
El sr. Seguín nunca había tenido alegrías con sus cabras.
Las perdía todas del mismo modo: una buena mañana, rompían su cuerda, se iban a la montaña, y allá arriba el lobo se las comía. Ni las caricias de su dueño, ni el miedo al lobo, nada las retenía. Eran, al parecer, cabras independientes, que buscaban a toda costa el aire abierto y la libertad.
El bueno del Sr. Seguín, que no entendía nada del carácter de sus animales, estaba consternado. Se decía:
- Se acabó; las cabras se aburren en mi casa, no guardaré ni una.
Sin embargo, no se desanimó, y, después de haber perdido seis cabras de la misma manera, compró una séptima; aunque esta vez, tomó la precaución de cogerla jovencita, para que acostumbrarla a quedarse en su casa.
¡Ay!, Gringoire, ¡qué hermosa era la pqequeña cabra del Sr. Seguín! ¡Qué hermosa era con sus ojos dulces, su perilla de suboficial, sus pezuñas negras y brillantes, sus cuernos cebrados y sus largos pelos blancos que le hacían una hopalanda! Era casi tan encantadora como la cabrita de Esmeralda, ¿recuerdas, Gringoire? - Y, dócil, cariñosa, dejándose ordeñar sin moverse, sin poner su pie en la escudilla. Un amor de cabrita...