Cuentan que hubo una vez un ratón que se convirtió en el mejor amigo de un gato. Tanto le quería y tal amistad y cariñohabía trabado con él, que el gato le ofreció la posibilidad de convivir juntos en una pequeña casita. -Lo primero que debemos hacer- avisó el gato, -es asegurarnos de que no pasaremos penalidades en invierno y que no nos faltará comida. El ratón accedió encantado a la propuesta, y después de haberse instalado en la casita, convinieron en comprar un pucherito y llenarlo de grasa para cuando vinieran los duros fríos de enero. -Para que no haya problemas, ni caigamos en la tentación de comerlo antes de tiempo -previno el gato, -lo esconderemos en la iglesia. Bajo el altar estará a buen recaudo. Así lo hicieron, y cuando volvieron a la casa, el gato comentó al ratón: -¿Ves? De esta forma, no tendrás que salir a buscar comida por la calle en invierno, arriesgándote a caer en una ratonera. Y escuchando estas palabras, el ratón pensó en cuánto le quería su compañero. Plácidamente pasó el tiempo en la casa en la que el gato y el ratón hacían vida en común. Pero cierto día, al gato le entraron unas ganas irrefrenables de catar la manteca, y mintió al ratón: -Me han invitado al bautizo del gatito de mi prima y debo ausentarme. No me esperes hasta esta tarde -Advirtió al ratón. E inmediatamente echó a correr hacia la iglesia, comiéndose toda la parte superior de la grasa del puchero. De vuelta a casa, el ratón, curioso, preguntó por el nombre del pequeño gatito ahijado: -Le hemos puesto “Empezado” -Contestó el gato. -¡Vaya un nombre más raro! Seguro que no viene en el santoral -Se extrañó el ratón. No veo qué tiene de particular ese nombre - continuó el gato, -Tu abuelo se llamaba Robamigas, que tampoco es muy común. Al cabo de unas semanas, el gato volvió a sentir ganas de probar el exquisito bocado que guardaban en la iglesia e inventó una nueva mentira: -Mi prima ha tenido otro gatito y lo van a bautizar.